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EL Canon de lo mexicano



El carácter del mexicano sigue despertando curiosidad para quienes nos ven desde afuera e intriga entre nosotros. Con mayor frecuencia de lo imaginado aparece algún libro con una de las muchas variantes de ese tema, eso explica por que la bibliografía acumulada es abundante y variada. En cuanto al testimonio gráfico forman parte de nuestra historia los códices prehispánicos, las estelas mayas, los decorados de nuestras catedrales y las inimaginables prendas y vestimentas utilizadas desde Moctezuma, hasta las del día de hoy, pasando por los daguerrotipos y fotografías que desde finales del siglo XIX reflejan nuestra vida, en ellos vemos ese despliegue de colores y diseños propios de nuestros rituales, de la situación económica, de la región geográfica, del momento y de la moda.

No es exagerado decir que lo mexicano ha sido fascinante por regla general: Por eso encontraremos siempre libros de quienes nos han vistos desde “afuera” como lo hizo el cronista de la conquista Bernal Díaz del Castillo, que narró admirado la batalla de Tenochtitlán, y otros que, fueron tocados por la devoción durante el proceso de asimilación entre ambas culturas, aquí sin duda Motolinía es la estrella. Pero también fueron cautivados eruditos como George C. Vaillant quién redactó -ni más ni menos que- el vademécum de “La Civilización Azteca”, y todo esto sin ignorar obras que vieron a nuestros “otros” abuelos, como el Quijote de la Mancha, o la “España virgen” de Waldo Frank, y claro toda la literatura de los siglos de oro españoles. Mención especial amerita Ramón Menendez Pidal con su libro “Los españoles en la historia” que parece que fue escrito mirando al mismo tiempo al español y al mexicano.

Todavía hoy nos sorprenden las impactantes estelas mayas o los códices brillantemente descriptivos de las creencias religiosas y bélicas de los aztecas o de los mayas y es imposible evitar  compararlos, por contraste, con sus pacíficos descendientes. Acaso alguien se pregunte: ¿Que pasó con esas estirpes belicosas? Ciertamente como observó Martín Luís Guzmán, el indígena acompaña al criollo o al mestizo en todas sus campañas y aventuras, aún a riesgo de sus propias vidas. En lo artístico el europeo quedó cautivado por la riqueza indígena, gracias a esta grandeza surgió un arte mestizo que doblegó y enriqueció a la cocina española, fecundandola en las múltiples cocinas mexicanas, lo mismo ocurrió con la música y los bailes que se fundieron con el aporte europeo, para crear nuestras “guelagetzas” y sones, lo que en conjunto explica nuestro gusto por los colores, por las imágenes y por los sonidos.

Antes de que surgieran nuestros devotos del “ethos” a la José Ortega y Gasset, los enciclopedistas, llevados de la mano por Vicente Riva Palacio, redactaron nuestra enciclopedia nacional: “México a través de los siglos” la cual sigue siendo no solo única, sino también una obra generosa, ya que si bien es la cumbre del “liberalismo mexicano”, resuma un espíritu de equidad difícil de encontrar en el siglo XIX y aún en el actual.

Aquí es indispensable mencionar un libro que sin méritos intelectuales, ni artísticos de ninguna especie, además de ser exótico -pues en el momento en que se escribió era una verdadera rareza- fue sin embargo, el impulsor (oficial) de nuestra revolución, lo cual ocurrió apenas al despertar del siglo XX, ese texto es “La Sucesión Presidencial de 1910” escrita por Francisco Ignacio Madero.   

Ya pasada nuestra revolución -pero todavía bajo su influjo cultural- Samuel Ramos escribió la primera obra concebida “ex professo” para explicar nuestro carácter: “El perfil del hombre y la cultura en México”, influida por la psicología social de Freud y de Adler,  tan importante que es el modelo remoto de todos los libros posteriores sobre el tema, entre los que se debe incluir, en primerísimo lugar, al de Octavio Paz “El laberinto de la soledad” libro que sin duda  es el punto de referencia de todas las obras del genero -desde su publicación en 1950- sin embargo la mayor influencia intelectual y que domina en el libro de nuestro poeta, en su versión de sociólogo, no es Samuel Ramos sino Ramón Menéndez Pidal, el escritor a cuyo libro ya me referí, al cual sigue puntualmente en su adaptación a lo estrictamente mexicano, aunque haya tenido gran cuidado para ocultarlo.

Otro gran escritor que observó al mexicano, fue José Vasconcelos, quién  dominó el escenario intelectual de México durante la primera mitad del siglo XX, por varias razones, en primera por su apasionada obra autobiográfica y por ser uno del puñado de intelectuales que participaron en la Revolución, y claro también por su rango de filosofo, prolífico escritor y educador de talla internacional. El solo título de su autobiografía “Ulises criollo” retrata su irrepetible creatividad, perspicacia y personalidad, en este genero de libros históricos, filosóficos y sociológicos, tan abundantes en México y en el mundo, sobresale este oaxaqueño ilustre  por el sabor autobiográfico y el compromiso social. Precisamente su "Breve Historia de México" fue catalogada dentro del índice de libros prohibidos y ciertamente ni es "breve" ni es "Historia" sino mas bien es un panfleto genial.

Con similar valía y agudeza a la de Vasconcelos, destaca Leopoldo Zea con “El Positivismo en México”, que se convirtió en un libro crucial para comprender a una parte de lo que somos, pues el libro describe acuciosamente el esfuerzo de los gobiernos liberales, de Juárez a Porfirio Díaz, por formar una élite “positivista”, desde la Escuela Nacional Preparatoria, esfuerzo inspirado en el pensador y educador Gabino Barreda y que por último se convertiría en la ideología de nuestra burguesía criolla y además, en la justificación para esa dosis de desprecio social que adquirió nuestra burguesía mexicana. También se debe incluir en esta lista “El Liberalismo mexicano” de Jesús Reyes Héroles, que contiene un anecdotario rico en datos ilustrativos de la barbarie en que se constituyó el liberalismo impuesto a rajatabla, por último una fuente bibliográfica insuperable es la extensa obra histórica, ahora olvidada, que publicaron durante décadas las editoriales Botas y Jus, entre la cual, por cierto, se encuentran los libros del historiador más relevante que ha dado México: José Fuentes Mares.

No se pueden dejar de mencionar otras fuentes sin referencia explícita a lo mexicano, como la esplendida exposición del francés Ernest Renan dictado en La Sorbona de Paris en 1882, denominada “Que es la Nación” y que es indispensable para comprender a este concepto esencial en toda teoría social o del Estado; En la misma línea e igualmente importante, para poder enfrentar nuestra tarea de comprensión, esta la “Historia de nuestra idea del mundo” de José Gaos obra que dejó una profunda huella en la intelectualidad mexicana, amén de otros textos, como el de Eduardo Nicol “La idea del hombre”, o el de Gilberto Freyre “interpretación de Brasil” con un o dos capítulos en que compartimos el todo iberoamericano, o “Los Alemanes” de Erich Khaler, con el que a pesar de la obvia disparidad, nos une el contrastante reflejo y en una categoría singular, única, está “El modelo desfigurado” de Thomas Molnar sobre la sociedad americana -que es nuestro némesis existencial- y claro que también, las infaltables y agudas observaciones de “El Espectador” más agudo de España, José Ortega y Gasset y esto, muy a pesar, de que no existe texto en su obra con referencia directa a nosotros los mexicanos.

Las pistas del “ethos” mexicano también están en nuestro arte, en la literatura de todas las épocas, en la religiosidad popular, en novelas y cuentos como “Navidad en las montañas” de Ignacio Manuel Altamirano, el “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, o “La región más transparente” de Carlos Fuentes, o el poema épico más bello dedicado a nuestro país, "La Suave Patria" de Ramón López Velarde, esto por mencionar a unos pocos, también el cine que en el pasado nos sobrepuso las personalidades de charro, de pachuco, de pelado y hasta la de galán edulcorado, en largos y románticos diálogos dictados a la puerta de un cabaret o de un lupanar, también encontramos al mexicano en nuestra música que es prolífica, sea regional o nacional y que se adapta a lo extranjero de una manera tal, que se asimila sin diluirse nunca.

Claro que también nos hemos visto a través del prisma de la columna editorial, capturados por las revistas de todas las especialidades, también estamos enredados en las trampas y falsías de nuestros redentores políticos y en sus nefastas pandillas partidistas y también, estamos atrapados en las redes de las tres reinas de todos los poderes: la radio, la televisión y la internet. Hemos visto nuestro rostro emancipado de todas las ataduras en los monos de Hernández, en las ilustraciones de César Almaro, en la Familia Burrón, pero también en los frescos de Palacio Nacional, donde Vasconcelos entregó sus muros interiores a Diego Rivera y claro, también en ese esplendido hombre de fuego que se enseñorea en la cúpula del paraninfo de la Universidad de Guadalajara.

Por Antonio Limón López
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